Queridos hermanos en Cristo,
Cada año celebramos con gran devoción y alegría las fiestas pascuales. Este evento de la resurrección del Señor nos recuerda viva y profundamente que no tenemos un Dios muerto, sino que tenemos la dicha y firme certeza de saber que Jesucristo ha resucitado y por eso nos alegramos.
Durante la Semana Santa recordamos los grandes misterios de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, y vivimos todos esos momentos fuertes en los cuales trajimos a nuestra memoria esos momentos tristes y crueles en los cuales nosotros crucificamos al Señor con nuestros pecados; pero al mismo tiempo conmemoramos esos bellos momentos en que nuestro buen Dios nos mostró su amor extremo entregando a su Hijo, y el Hijo en obediencia al Padre, siempre guiado por el Espíritu Santo llevo a cabo la máxima obra de nuestra redención.
Es por eso que en estos 50 días de Pascua, la Iglesia entera eleva el canto alegre de ¡Aleluya el Señor Resucitó! Porque la semana santa nos recordó que Jesucristo murió y resucitó por nosotros y por eso estamos alegres.
No podemos ocultar nuestra alegría, no debemos ocultarla o sentirnos intimidados por las muchas personas que no creen, sino por el contrario debemos de ser vivos testimonios de esa resurrección del Señor. No se trata de celebrar solo un gran evento, sino de vivir ese momento transformador que nos indica que Jesucristo ha vencido la muerte y que nos quiere dar nueva vida.
Nosotros somos esos cristianos santificados y renovamos que llevaremos el mensaje a muchas personas. Con nuestra alegría y entusiasmo, con nuestras sonrisas, con nuestras buenas obras, con nuestro servicio a los más necesitados y sobre todos con nuestra convicción profunda de que seguir a Cristo es el fundamento infalible de nuestra salvación.
Sé que actualmente hay muchas cosas que pueden quitarnos la paz y la alegría, como los conflictos en las naciones que empeoran cada día, o la persecución de los cristianos en varios países del mundo, o las deportaciones de inmigrantes que se están dando, o las enfermedades que cada vez son más frecuentes, pero aun con todo esto mis queridos hermanos, debemos iluminar el mundo con nuestra caridad y nuestro servicio, para contrarrestar esas fuerzas negativas y vivir en Cristo. Como diría San
Francisco de Asís: Hazme un instrumento de tu paz, donde haya odio lleve yo tu amor, donde haya injuria tu perdón Señor, donde haya duda fe en ti.
Maestro ayúdame a nunca buscar, querer ser consolado sino consolar, querer ser entendido sino entender, ser amado como yo amar
Hazme un instrumento de tu paz, es perdonando que nos das perdón, es dando a todos lo que tú nos das, muriendo es que volvemos a nacer. Maestro ayúdame a nunca buscar, querer ser consolado sino consolar, querer ser entendido sino entender, ser amado como yo amar.
Estos son los cristianos resucitados que necesita nuestro mundo y yo los animo a reflejar el rostro de Cristo en estos días de Pascua.
¡Felices Pascuas de Resurrección!
El Padre Julio DomÍnguez es Vicario Episcopal del Ministerio Hispano de la Diócesis de Charlotte.